Desde que empecé a trabajar en mi actual instituto hace veintitrés años, he impartido la asignatura de Ética, con diversos nombres, en cuarto de la ESO. Esta asignatura no existía como tal cuando fui alumno. Entonces la Ética era solo una alternativa a Religión, es decir, a mi entender, un triste parche para salvar las contradicciones que genera una asignatura confesional dentro del sistema educativo. A partir del curso próximo, debido a la implantación de la LOMCE, desaparece esa Ética de cuarto y esta materia vuelve a ser, de nuevo, solo ese triste parche.
¿Es la asignatura de Ética prescindible? Probablemente. ¿Cuál no lo es? Desde luego, es ridícula una defensa basada en la idea de que los ciudadanos españoles, a partir de ahora, vayan a carecer de ética. Como si en los países donde no existe esta asignatura los ciudadanos fueran todos psicópatas.
La Ética, tal y como la he intentado enseñar estos veintitrés años, no ayuda a que los ciudadanos sean mas “éticos”. Eso es algo que, en todo caso, el profesor transmitirá con su ejemplo de conducta ante los alumnos, pero como hacen también el profesor de Inglés, de Matemáticas, de Latín, etc.
La Ética, como hacía Sócrates hace mas de dos mil años, debió haber enseñado más bien a cuestionar los valores establecidos por unos y otros, a poner de manifiesto las contradicciones en esos valores dominantes, a mostrar sus incongruencias. En definitiva: a mostrar al alumno cómo los dogmas con los que llega al Instituto, por su contexto social, familiar…no son tan evidentes como creía.
Debatir, argumentar, dar razones, cuestionar(se), analizar las alternativas posibles ante un problema moral. Hacerles ver que sus posiciones, sean cuales sean, respecto a la eutanasia, el aborto, las corridas de toros, la prohibición de determinadas drogas…no eran, en absoluto, evidencias incuestionables.
Hacer posible un espacio y un tiempo, para que esos españoles, nietos quizás de los españoles que se mataban en trincheras y paseillos, los españoles del Duelo a garrotazos de Goya, pasaran a escucharse unos a otros, para no ser, otra vez, como dijera Unamuno, "los hunos y los hotros".
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